INTERIOR EXTERIOR

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Sin dejar huellas
Sobre agua o cielo
Vuelan las aves

Según el budismo Zen, si lo que queremos es ayudar a aliviar el sufrimiento de todos los que sufren, el primer paso que debemos dar es comprender es el origen del sufrimiento. ¿Sufren todos los seres y por eso sufro yo? O ¿sufro yo y por eso sufren todos los demás? Preguntas que nos dan valiosas pistas en cuanto al camino a seguir si lo que queremos es desarrollar la sabiduría y la compasión.

Cuando dirigimos nuestra atención hacia el exterior y observamos cómo se relacionan la economía y la educación podemos observar que con cada día que pasa los problemas ambientales van de menos a más: la polución que contamina el airé, las especies en peligro de exterminio, el sufrimiento de los animales en la cadena alimenticia. Nos preguntamos ¿cómo actuar?, ¿qué podemos hacer? Y observamos que detrás del problema ambiental hay incluso un problema mayor, ya que en realidad lo que más impacto provoca en nuestro entorno es la sobrepoblación mundial. Así nuevamente nos preguntamos ¿qué hacer? Y tal vez lleguemos a la conclusión que hay que concentrarse en erradicar la pobreza, pues si erradicamos la pobreza, así como lo demuestra la tendencia en los países industrializados, disminuimos la natalidad. De esta manera nos volvemos a encontrar con la educación y el círculo se cierra pues para erradicar la pobreza lo necesario es posibilitarle a más personas el acceso a la educación superior. La pregunta que surge entonces es ¿que habrá sucedido en el entretiempo con el medioambiente si nos concentramos primero en erradicar la pobreza y recién después en el deterioro ambiental? Vemos así que todo está interconectado y nos preguntamos ¿por dónde comenzar? ¿qué podemos hacer nosotros mismos? O ¿será que dentro de un círculo donde todo elemento condiciona a los demás, dedicarse solo a un elemento significa descuidar todos los demás?

Cuando dirigimos nuestra atención hacia el interior, nos confiamos a nuestra postura, a nuestra respiración y al espíritu enfocado en el aquí y ahora y observamos: la forma es el vacío. El vacío es la forma. Tal cual lo dice el Sutra del corazón. Una conclusión central en el budismo Zen que alberga en si muchas enseñanzas. Una de ellas es que toda forma tiene su correspondencia espiritual. Incluso las formas como el verticalismo que creemos observar en la educación enfocada en la competencia ya que sobre todo vemos una perspectiva dualista que crea distancia distinguiendo entre la forma y el vacío, entre arriba y abajo, entre rico y pobre, ganador y perdedor o exterior e interior. Aquello a lo cual le llamamos la bruma y que nos hace pensar que estamos más cerca del naufragio que de la realidad.

Ósea que si dirijimos nuestra atencion exclusivamente hacia nuestro mundo interior vemos solo una cara de la realidad. Lo mismo que ocurre cuando observamos los problemas solo en el exterior. Así el que tal vez el paso mas importante que podemos dar en la práctica del Zen es la experiencia de la unidad. La experiencia que nos indica que las reglas no son más que indicaciones de ayuda para no perdernos en la dualidad y que solo mediante la confianza es posible ir más allá de la competencia para arribar al puerto de la cooperación. Aquello que así nos demuestra que hay muchas alternativas a la competición. Alternativas como las ofrecen una educación enfocada en el dialogo, la tolerancia y la inclusión. Alternativas que ofrecen de esta manera el espacio necesario para que individuo por sí mismo pueda experimentar y cuestionarse sobre aquellos tipos de conducta que son nocivos tanto para uno como para los demás. Conductas como lo son el fomento del miedo a nivel social. Un miedo que explica la competencia pero también nuestra relación con el mundo animal. Pues si observamos con atención, cada vez que nos acordamos del lobo feroz, al igual que siempre que le adjudicamos atributos a un animal, es porque algo está ocurriendo en nuestro interior. Les adjudicamos a los animales atributos humanos y decimos: el lobo es feroz, la oveja es pacífica, el zorro es listo, el burro es terco, el oso es perezoso, el puerco es sucio etc. ect. Atributos que por una parte explican nuestra relación distorsionada con el mundo animal y por otra parte indican la distancia que existe entre nosotros y nuestra naturaleza original, ya que si no existiese esta distancia veríamos con claridad que los atributos que le adjudicamos a los animales en realidad existen en nuestro interior ¿o no es todo atributo en realidad una experiencia hecha ayer? Tal vez, pero ante todo una expresión más de la unidad, pues entendemos que el sufrimiento de los animales es nuestro sufrimiento también.

Así, cuando comenzamos a ver la unidad entre la forma y el vacío comenzamos a ver las cosas como realmente son. Comenzamos a comprender que la realidad esta tanto afuera como dentro de nosotros y sobre todo que en realidad siempre estamos construyendo nuestra propia realidad ya que estemos donde estemos, dentro de un círculo si un elemento es realizado, realizamos también todos los demás. Lo que a la vez nos indica que independiente al papel que cumplamos dentro de un sistema social, somos nosotros mismos donde tenemos que comenzar a practicar la atención – tanto en lo interior como en lo exterior.

La forma va más allá de lo sensorial perceptible, pero ¿qué es el vacío? ¿Será el vacío aquel lobo feroz del nihilismo espiritual? Preguntas que nuevamente explican porque todos los esfuerzos de nuestra práctica se concentran en experimentar la unidad. Ya que solo al experimentar la unidad nos damos cuenta que Ku es la impermanencia misma donde todos los seres y cosas interactúan entre sí. Un momento que nos revela que naufragar era solo una opción pues cuando todo es la mente no existe diferencia entre la libertad y la prisión.

Así, con el tiempo vamos aprendiendo que con Zazen tenemos una práctica a disposición a través de la cual infaliblemente podemos volver a la unidad. Descubrimos de esta manera que soltar todo concepto y toda formación mental en realidad significa comenzar a descubrirlo todo otra vez. Nace la confianza, la Fe, o como queramos llamar a un pensamiento que se convierte en certeza al experimentar como se corresponde lo interior con lo exterior y nos damos cuenta que en realidad Zazen va mucho más allá de lo que creíamos que podía ir. Que en realidad no tiene ni fondo ni techo si no que se extiende en las diez direcciones a través de los tres tiempos. Es entonces cuando nuestra práctica se comienza a convertir en una actitud. La actitud de experimentar todo fenómeno sin rechazo y sin apego. La actitud que nos permite movernos libremente dentro del proceso de constante transformación. Una actitud que siempre está dispuesta a anteponer el diálogo, la inclusión y la tolerancia a la competición.

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