UBAKIKUTA

Casa vacía, morador ausente, ni dentro ni fuera. ¿Dónde podrían ocultar, pues, sus formas el cuerpo y la mente? Keizan Jokin

Caso

El cuarto patriarca fue el venerable Ubakikuta, que sirvió a Shonawashu durante tres años antes de afeitar su cabeza y hacerse monje. En cierta ocasión, Shonawashu le formuló la siguiente pregunta:

– ¿Es tu cuerpo o tu espíritu el que ha renunciado al hogar?
– En realidad – respondió el maestro Ubakikuta – he abandonado el hogar físicamente.
-¿Cómo puede el maravilloso Dharma de los budas tener algo que ver con el cuerpo o con la mente?
Inquirió entonces el venerable.

Al escuchar esto, el maestro experimentó el gran despertar.

Teisho de Keizan Zenji:

Ubakikuta exhibió – al igual que ocurrió en vida del Tathagata – los poderosos efectos del Dharma del Buda. A la edad de diecisiete años el maestro se afeitó la cabeza. Fue entonces cuando Shonawashu le preguntó: “Ha sido tu cuerpo o tu espíritu el que ha renunciado al hogar?”. Según el budismo, existen dos tipos fundamentales de abandono del hogar, el físico y e el mental. El primero implica desprenderse del amor y del afecto, abandonar el lugar de nacimiento, afeitarse la cabeza, vestir los ropajes de monje o de monja, no tener sirvientes y esforzarse diligentemente en la práctica de la Vía durante la veinticuatro horas del día sin malgastar ni un solo instante. Eso es todo lo que desea, quien renuncia físicamente al hogar, sin complacerse en la vida ni temer a la muerte, con una mente tan pura como la luna de otoño y unos ojos tan claros como el mas resplandeciente de los espejos. Tampoco busca la mente ni añora contemplar su naturaleza original. No cultiva la santa verdad y, mucho menos todavía, los apegos mundanos. De este modo no mora en el estado de la gente ordinaria ni anhela el rango de sabio o de santo, sino que trata humildemente de convertirse en un buscador inconsciente de la Vía. Así son las personas que renuncian físicamente al hogar.

Quienes, por su parte, renuncia espiritualmente al hogar no afeitan su cabeza ni se atavían con los hábitos de monje. Aunque vivan en su hogar y se ocupen de sus obligaciones mundanas, son como lotos que no se manchan con el lodo entre el que crecen y como joyas en las que no se deposita le polvo. Así, por mas que los condicionamientos kármicos le lleven a tener esposa e hijos, no permanecen, sin embargo atados a ellos. No se pierden ni por un momento en el amor ni en la codicia. Al igual que la luna suspendida del cielo o la canica que rueda dentro de un plato, ellos se mantienen serenos en medio del tumulto de la urbe. Se hallan justo en medio de los tres mundos y ubicados más allá del tiempo. Se han dado cuenta de que pretender erradicar la pasiones es una enfermedad y de que es un error tratar de perseguir la realidad ultima. Comprenden que tanto el samsara como el nirvana son ilusorios y no se aferran, por tanto, a la iluminación ni a las pasiones. Así son quienes renuncian en espíritu al hogar.

Sin embargo, desde el punto de vista del maravilloso Dharma del Buda, esa no es ninguna explicación, por esto por lo que Shonawashu agregó que los budas no abandonan el hogar física ni mentalmente, es decir, que tal abandono no puede ser explicado en términos de los cuatro elementos o los cinco agregados, ni tampoco puede ser considerado como el profundo misterio de la verdad. Los budas son como el espacio que carece de interior y de exterior y, en consecuencia, no pueden ser concebidos en términos de sabiduría o de ignorancia y tampoco se hallan limitados por la mente o por el cuerpo. Eso fue todo lo que, en esa ocasión, se limitó a decir Shonawashu, aunque conocía muchos principios sutiles y era experto en numerosas enseñanzas.

No digáis que le Buda “es el único venerado” y tampoco afirméis que viene o que va. ¿Quién puede hablar de “antes de que sus padres nacieran” o del “tiempo que presidió al eón vacío”? Quien alcanza ese lugar trasciende tanto el nacimiento como el no nacimiento y se libera tanto de lamente como de la no mente. Se asemeja al agua que asume la forma del recipiente que la contiene o al espacio que envuelve todas las cosas. Por mas que creáis haberlo asido, vuestra manos siguieran vacías y tampoco podréis encontrarlo por mas que lo busquéis. Así es el maravilloso Drama de los Budas. Cuando alcancéis ese lugar descubriréis que ahí no existen Ubakikuta ni Shonawashu, de modo que no podréis concluir si se mueven o están quietos, si vienen o si van. Y aunque podamos afirmar la existencia del “ser” y del “no ser”, del “yo” y del “otro”, todas estas palabras no dejarán de ser más que murmullos en el fondo de un río o ecos en la inmensidad del espacio.

Si no experimentáis, aunque solo sea una vez, ese lugar, la sabiduría de un millón de enseñanzas y el conocimiento de innumerables principios maravillosos serán tan estériles como el discurrir de la conciencia karmica ordinaria. Así pues cuando Shonawashu habló de ello y Upagupta alcanzó instantáneamente el despertar, fue como si estallara un trueno en el cielo despejado o como si un violento fuego arrasara súbitamente toda la tierra. Ese estruendo no solo arrancó de raíz el oído de Ubakikuta, sino que también le hizo transcender instantáneamente su misma existencia. El violento fuego que entonces se desencadeno redujo a cenizas las enseñanzas de los budas y el verdadero rostro de los patriarcas, cenizas que tenían estampadas el nombre del venerable Upagupta y eran tan duras como la piedra y tan negras como la laca. Ubakikuta ayudó a muchas personas a desprenderse de su naturaleza ordinaria y haciendo pedazos sus cuerpos contaba en vano la vacuidad arrojando tallos de hierba y quemando la misma vacuidad, se desembarazaba de cualquier rastro de ella.

Segun: Francis Dojun Cook (2006): Denkoroku (Cronicas de la transmisión de la luz) Maestro Keizan. Barcelona.

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