EL AMOR Y EL ZEN

SONY DSCflores que caen
maleza que florece
el bosque es así

Nelson Mandela comprendió en su día que si no dejaba la amargura y el odio atrás, siempre seguiría estando en prisión. Comprendió que la paz exterior podía hacerse realidad solo si existía paz en el interior y a la vez descubrió que la paz no es un estado de pasividad. Pues la paz es más bien un estado en el cual por amor o justamente por compasión universal nos implicamos y tomamos posición.

Así siguiendo el ejemplo de Nelson Mandela y respetando su proceso de transformación encontramos que hoy, un día después de celebrar la iluminación de Buda, ha llegado el momento de guardar silencio. Guardar silencio respetando la tradición budista de los 49 días de transición y porque queremos dar una señal en cuanto a lo que significa proteger activamente la paz.

Pues con nuestro silencio queremos exponer que la educación es un derecho fundamental para todo ser humano; que estamos en contra de la discriminación racial o de genero y que de la misma manera estamos contra la homofobia y la marginación social. Así mismo queremos señalar que ninguna práctica religiosa puede justificar que se nos discrimine o que se maltrate a nuestros hijos en sus colegios solo porque ejercemos otra religión. Al igual que no estamos de acuerdo con el hecho de que a alguien se le impida trabajar en lo que sabe hacer solo porque hay otra persona que piensa que hay trabajos en los cuales no se puede ejercer la mente del aquí y ahora.

El maestro Dogen decía que porque alguien no hable esto no significa que sea mudo. Pues al no hablar también se puede exponer otra cara de la no dualidad. Aquella cara del silencio que no es el resultado de un ceder a la opresión si no que una manera de proteger activamente la paz y que expresa de manera directa la unidad.

Así, después de haber pasado los 49 días desde que Nelson Mandela ha dejado este mundo retomaremos la actividad de este blog y tal vez volvamos a escribir. I shin den shin.

Hasta entonces les dejamos con el siguiente cuento Zen:


EL AMOR Y EL ZEN

En el océano de la realidad son todos los ríos, todas las montañas, todas las cosas parte de la realidad. Y porque todas las cosas son parte del océano de la realidad, algunas veces me pregunto porque solemos suponer que el amor no tiene nada que ver con el Zen. ¿Será que vemos el Zen separado del amor quizás porque en el fondo no hemos aceptado que todo, incluso nosotros mismos, es parte de la unidad? ¿O es que nos parece el amor inconcebible con el Zen porque entendemos bajo Zen la ausencia de la emoción y que según nuestra opinión se contradice con un sentimiento tan profundo que llega hasta el corazón? O será que pensamos que el amor y el Zen no tienen nada que ver entre si porque nos apegamos a determinadas imágenes sobre el amor y porque algunas veces pensamos saber que es el Zen?

El amor como ideal – Tu estas en todas las cosas

Desde mi más temprana infancia siempre he creído que el amor era algo infinito, algo que no conocía ni barreras ni fronteras. Algo de lo cual todo nace, que vive en todos los seres humanos, en todos los animales y que habita en todas las cosas. Algo tan inmaculado, tan grande, tan altruista que todo lo acepta y por eso nada rechaza. Como una flor que instante tras instante le ofrece al mundo toda su presencia. Sin esperar nada y sin miedo porque no depende de una aprobación exterior. Una visión que me fue transmitida a través del calor de mis padres y que me marcó toda mi vida pues me indicó que era el amor y que es lo que no podía ser. El amor verdadero tenía que ser algo desinteresado, desbordante, algo incluso más grande que toda la humanidad. Al contrario el amor falso estaba centrado en uno mismo y por lo tanto se contradecía con la generosidad y la bondad.

Viendo objetivamente que es el amor – En todas las cosas te veo a ti.

A medida que fuí creciendo comencé a explorar el amor. Comencé por custionar la imágenes que había heredado y averigüé que una rosa no sería una rosa si no hubiesen otras flores más. Después probé el amor como en las películas con Happy End. También me encontré con el amor hacía la verdad. El amor a los padres lo conocía ya. Me topé con el amor a lo que es universal dentro de nosotros. Aprendí que siempre queremos más lo que no tenemos y que “te amo” es una frase de gran importancia para todo humano. Una frase que alberga toda nuestra esperanza pero bajo la cual se puede esconder también tanto temor y a la vez una frase que tan fácilmente se puede malinterpretar pues muchas veces la entendemos como si no fuese posible ser feliz si no hubiese alguien concreto con quien compartir nuestra pasión. Aprendí que el amor no podía ser como un arroyo que viene desde el alto de la montaña sin saber porque. Pues todo afiche, toda canción, todo poema y toda película, desde “Romeo y Julieta” hasta “La cenicienta” y “Pretty Woman”, todo me decía que mi existencia hubiese fracasado si no encontrase mi otra mitad.

Aprendí a distinguir la cara del amor que decía que mis sueños, mis deseos, mi pasión no era buena así como lo era. Un temor que aprendí a llevar gracias al cariño de mis padres que me había enseñado que el amor verdadero no pone condición. ¿Y es que como sería posible si no, soltar algún día hasta aquello que uno mas quiere? Así que seguí buscando y descubrí que había también otras maneras de amar. Como por ejemplo el amor al próximo. Una forma del amor que se basaba en la idea de que somos todos parte de la unidad. ¿Pero que son las ideas? me llegue a preguntar a posterior. ¿Son las ideas el mundo existente y real, o son estas más bien un espejismo de mis propios deseos o incluso un reflejo de mi temor? Preguntas que me parecían siempre más acertadas cuando tenía la impresión que por el atardecer el océano era más infinito aun.

El amor verdadero comienza ahí donde acaba nuestra ilusión personal – ¿Donde estás?

Si no existiese la ilusión, no sería posible despertar a la verdad. Esta fue la conclusión a la que llegué después de comprender que toda decepción vivida en realidad había sido una lección que me llevaría a volver a comenzar. Así aprendí a no mantener ideas fijas sobre lo que debe ser el amor ya que este algunas veces era un viejo barco sin bandera que navegaba solitario sobre el mar y otras veces un puerto perdido en el olvido. Así me di cuenta que debía haber algo que existiese antes que la primera imagen apareciese sobre el amor. Algo que no podía ser atrapado por ningún ideal, ya que debía ser algo que cambiaba constantemente de dirección y que se movía al ritmo de mi propia respiración. Algo vivo y que por eso se encontraba fuera del alcance de la mente dual. Ósea que me pregunté: ¿no será el hecho que nos hacemos imágenes sobre aquello que debe ser el amor justo aquello que limita el amor?

Los fenómenos más allá de nuestra opinión personal son un espacio abierto –
Tú estas en mi, y en mi están todas las cosas de este mundo.

Porque el amor es algo vivo abro aquí y ahora el puño de mis pensamientos que desea conservar la realidad. Abro la mano y libre queda toda opinión, todo valor, todo recuerdo y experimento que el amor más allá de mi opinión personal es un espacio sin fronteras donde solo existe el ir y venir. Un espacio en el cual mis experiencias y sueños se encuentran con mis desilusiones y decepciones sin ninguna contradicción. Más bien se condicionan entre si y cambian constantemente. Como una flor y el rocío. La flor no rechaza el rocío cuando este cae sobre el campo. El rocío más bien le da otra rostro a la flor. Una cara que nuevamente cambia cuando el rocío comienza a desaparecer. En un espacio así se encuentran también el Amor y el Zen concluyo yo. Un espacio en el cual porque todo es espacio, también el Amor y el Zen lo son. El Amor y el Zen se distinguen pero también es verdad que entre ambos no existe la separación, ya que el espacio une todo sin excepción.

En el océano de la verdad son todas las cosas, todos los ríos y todas las montañas parte del océano de la realidad. Y porque todas las cosas son parte del océano de la realidad, cuando decimos „Yo te amo“ el „Yo“ es todas las cosas, todos los ríos y montañas y el „Te amo“ es el ilimitado océano de la realidad. Si eso fuese así, si el „Yo“ fuese todas las cosas, todos los ríos y todas la montañas y el „Te amo“ el ilimitado océano de la realidad, entonces sería el amor el espacio vivo en el cual todo se mueve y que anula cualquier división entre el interior y el exterior. Un espacio donde se diluye la separacion entre el objeto y el sujeto y que no se deja atrapar por ninguna imagen, pues al mas mínimo intento de atraparlo, la realidad ya se fue.

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