¿QUÉ ES EL YO?

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El vacío sin substancia propia, sin comienzo y si sin fin

Para un sonido que viene y que se va no hay gente del norte o gente del sur, no hay pobres o ricos y todos tenemos los mismos derechos sin ningún tipo de distinción. De esta manera un sonido que viene y que se va nos revela que las prisiones comienzan en el mismo instante en el que nos distanciamos de la unidad. Aquella unidad en la cual todos los seres y cosas no son otra cosa que el Yo.

¿Qué es el Yo? Siguiendo los pasos de Shakyamuni y de todos los maestros de la tradición del budismo Zen, todos los esfuerzos de nuestra práctica de Zazen se dirigen a experimentar lo que es el vacío, Ku en japonés o Shunya en sanscrito. Esto porque a través del vacío se experimenta la realidad más allá de la dualidad. Una realidad que nos da a entender que cada muro de protección en realidad es una construcción mental que se encuentra en nuestro interior y que crea separación en toda dirección. En el interior porque nos distancia de nuestro verdadero Yo. Y en el exterior porque divide entre los de este lado y los del otro del muro de protección, entre aquellos que sufren y los que hacen sufrir, entre los que no ven el sufrimiento por que no lo quieren ver y los que no ven el sufrimiento por que no lo pueden ver.

Sin darnos cuenta entonces nos distanciamos de la unidad. La pregunta que nos ponemos entonces es ¿cuándo comienza la dualidad? Para responder a esta pregunta seguimos con el Fukanzazengi del maestro Dogen que continua de la siguiente manera:

Rechazad todo empeño y abandonad todos los asuntos. No pensad: «esto está bien, esto está mal». No toméis partido ni a favor ni en contra. Parad todos los movimientos del espíritu consciente. No juzguéis los pensamientos ni las perspectivas. No tengáis ningún deseo de convertiros en Buda. Zazen no tiene absolutamente nada que ver con la posición sentada o la posición tumbada.

Al leer estas palabras nos preguntamos si el origen de la dualidad proviene del hecho que siempre mantenemos nuestra atención dirigida al exterior. Pues la verdad es que vivimos en un mundo competitivo, donde gana el más veloz, quien ofrece mas calidad o más innovador y este implica que para que alguien gane alguien tiene que perder. ¿Pero vemos realmente que para que nuestro éxito exista también tiene que haber alguien que tiene que perder? Y mas allá ¿lo podemos ver? Pues si observamos con atención nos sumergimos en la competitividad porque mantenemos nuestra atención dirigida hacia el exterior. Aquel lugar donde hay privilegiados y aquellos que no lo son, donde hay perdedores y ganadores, amigos o enemigos, donde se trata de perder o de ganar. Podríamos concluir que esta es la realidad social en la que vivimos y esta es sin más así como es y solo nos queda cambiar las cosas en nuestro más cercano entorno. ¿Pero es esto realmente así? Nos entran las primeras dudas pues nos preguntamos ¿podría haber competencia en el exterior si no la hubiese también en el interior?

¿Qué es el Yo? Muchas veces cuando nos encontramos con esta pregunta nuestra
primera reacción es responder a través de alguna función que cumplimos en nuestra vida en sociedad. A través de nuestro trabajo, a través de nuestro papel dentro de la vida en comunidad. Se nos dice jefe o se nos llama hijo, hermano, padre o cualquier otro apodo que nos destaca cuando nos encontramos siguiendo la ley de causa y condición. Y lo mismo ocurre cuando nos identificamos con el papel que cumplimos en nuestra vida en comunidad: decimos somos Bodhisattvas, somos monjes, somos novicios o somos maestros Zen. De ahí surge la pregunta ¿qué sería de nuestra práctica si no se experimentase por lo menos una vez lo que es la unidad? Y es que es solo la unidad que encontramos en el vacío donde todos los fenómenos interactúan entre si lo que nos demuestra desde el interior que todas estas denominaciones por las que se nos identifica son solo un fragmento del Yo. No es que sean falsas, si no que todas estas diferentes maneras de identificarnos son solo un fragmento de todo lo que es el Yo. Pues lo que es nuestra identidad cambia de instante a instante y esta siempre en relación a nuestro papel que estamos cumpliendo en la vida en comunidad. Una comprensión que no está en contradicción con el hecho de que somos en todo instante el vacío sin substancia, sin comienzo y si sin fin y que ni requiere reconocimiento ni puede ser establecido por ninguna ley.

Así, tal vez sea la actividad más importante en la práctica del Zen el soltar. Soltar los pensamientos personales, soltar toda emoción y toda proyección. Soltar todo muro de protección sea interior o exterior e incluso soltar cualquier deseo de convertirnos en un Buda o de despertar al maestro que se encuentra en nuestro interior. De esta manera lo que experimentamos a través del vacío nos otorga libertad. La libertad para ser quienes somos de verdad. A partir de aquí algunos de nosotros llegan a la conclusión que el único maestro que puede existir en realidad somos nosotros mismos. Todo esto estaría muy bien si no fuese por la pregunta a la que volvemos una y otra vez: ¿Qué es el Yo?

Así nos damos cuenta que una cosa es la comprensión intelectual y otra cosa es la verdad. Pues en la realidad que no conoce separación todo concepto sobre lo que es la verdad no hace otra cosa que distraernos y así distanciarnos de la realidad.

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