EL HIJO PERDIDO

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Un solo toque,
Y el viento recobra,
Su voz matinal.

El viento es en todo instante el viento y por eso es el viento. Algunas veces frío como el acero en su estado natural. Otras veces fresco y lleno de vitalidad como la primavera. Otras veces tibio como el canto de un pájaro al atardecer. Y otras veces es el viento tan dócil como una hoja que se ha soltado de su rama y que ahora se deja llevar a placer. El viento es en todo instante el viento y esa es su implacable verdad. No está interesado ni en gustar ni en decepcionar. El es en todo instante simplemente el. ¿Por que le llamamos entonces frío, o salvaje al viento? Solo porque esperamos algo de el. Quizás que nos libre de nuestra ceguera, ¿o tal vez haga volar hasta la libertad?. Pero la verdad es que al viento no le importa nuestra opinión. Como tampoco le interesa la opinión de los árboles, de las hojas, ni de la primavera. Ni la opinión del sol le interesa al viento. Si la hoja se aferra a la rama es por su propia voluntad. El viento es en todo instante el viento y por eso es el viento.

Un día, el maestro Tosu Daido, de la montaña Tosu fue preguntado por un monje:

– ¿Qué significa la expresión “¿los diez cuerpos de la armonía y del autocontrol de un Buda?”
El maestro se bajó de la silla del Dharma y se quedo parado con las manos en shasshu
Más tarde el monje volvió a preguntar:
– ¿Qué es lo que distingue a un hombre sencillo de un hombre santo?

El maestro se volvió a bajar de la silla para quedarse nuevamente parado con las manos en shasshu.

El monje quería saber más sobre la naturaleza del viento. El maestro se convirtió en el viento y se lo demostró. El monje seguía sin comprender así que le volvió a preguntar a su maestro. Y este una vez más le demostró que la única santidad que existe es lo corriente y lo común. ¿Es eso magia? ¿O será que simplemente no vemos las cosas como son? ¿o incluso que no queremos ver más allá? Somos humanos, no es fácil aprender a amar como el viento sabe amar. Sin miedo a la impermanencia y de manera integral, yendo mas allá del apego y el rechazo hasta tocar en este mismo instante la eternidad. De saber amar como el viento, veríamos lo evidente, aquello que no requiere explicación.

Aun así sigue habiendo quienes idealizan y piensan que existe un Zen más allá de nuestro día a día, de este instante. Pero de lo que se trata esta práctica es de ser como el viento que en todo lo que toca da todo o nada. Ser íntegramente quienes somos de verdad. Con cada acto la impermanencia misma. Con cada paso la interacción constante entre todos los seres y cosas en toda dirección. Entonces ¿como podríamos pretender encarcelar al viento cuando está es su naturaleza original? ¿Como si sabe que la propiedad es una ilusión? Y debemos considerar minuciosamente que significa querer atrapar o encerrar al viento? ¿No se reflejan con estas intenciones solo falta de fe en lo que no tiene comienzo, en lo que no tiene fin?
Así la a educación en el Zen nos lleva más allá de la ilusión, más allá de la desilusión hasta la muerte. Y con ello no hablamos de una depresión, pues durante zazen morimos una tras otra vez pero también resucitamos una y otra vez. Y si nuestra práctica se trata de morir y resucitar una y otra vez, como podría haber espacio para aspirar a ser alguien mejor de lo que somos ahora? Desde esta perspectiva reconocemos con claridad: Intentar ser mas de lo que somos ahora en este mismo instante es lo que provoca insatisfacción. La misma insatisfacción que nos hace buscar una escapatoria en cualquier lugar y nos hace movernos. El mismo movimiento que nos lleva adelante pero que también nos hace querer cada vez más y más.

En el Sutra del Loto existe una historia sobre un hijo perdido. Este sale de casa y se queda perdido por mas de 50 años en la lejanía donde una y otra vez sufre desamparo. En su migración vuelve a su país, donde su padre se ha vuelto muy rico. El padre desea ganar a su hijo devuelta pero su hijo no le reconoce. Hay una distancia abismal entre los dos y al hijo le da miedo y se vuelve a escapar. El padre manda consejeros a buscarle y hace todo lo posible para ganarse a su hijo devuelta. Se convierte también en mendigo y durante 20 años permanece al lado de su hijo. Siendo muy anciano el padre enferma y le hereda a su hijo delante de una asamblea de reyes y ministros todos sus tesoros. El padre en esta historia simboliza a Buda Shakyamuni que intenta reencontrarse en su hijo. El hijo simboliza la humanidad. Buda se rebaja a si mismo durante muchos años y mediante una infinita paciencia (ksanti) sigue al lado de su hijo hasta que cualquier diferencia entre ambos se disipa. El hijo se hace conciente de su posición como hijo y se convierte en heredero del tesoro de la sabiduría (prajna) de Buda. La pregunta es si no somos todos un poco ese hijo perdido, que posee todos los tesoros del mundo pero aun así sigue buscando y buscando.

El viento no es ni azul, ni rojo, ni verde, ni tampoco tiene forma. Y en realidad no es nada difícil ser como el viento y no tener forma. Basta con no apegarse. Pero tal vez debamos ir más allá y aunque sea indomable el viento, darle la dirección que nosotros mismos deseamos. Esa es la libertad del viento cuando el viento es en todo instante el viento.

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