LA ESPERANZA Y EL ZEN

Hermita
Al otro lado,
Una pequenha ermita.
Falta aún cruzar.

Hay quienes dicen que la esperanza es solo una ilusión. Una pompa de jabón colorida en días grises de frio y soledad. Un pequeño consuelo y solo eso. Un sueño efímero que surge como antídoto frente a la melancolía y la angustia y nada más. Dicen estas voces que la esperanza es solo una proyección. Una forma de especular y por eso una manera de despreciar quienes somos de verdad. Lo afirman como si este instante fuese un nuevo ministerio y la concentración mental la nueva autoridad. Una nueva supremacía que le impone su ley a la fantasía y a la imaginación. Ignorando la espontaneidad. Ignorando la agilidad con la que se mueven los colores cuando existe sincronicidad entre el sentimiento, la palabra y la acción. Ignorando la fuerza que mueve las olas del mar que es la misma fuerza que ejerce sobre el balance que existe en el inhalar y exhalar.

No. La esperanza no es solo una ilusión. Ella nos hace humanos de verdad. Nutre nuestros sueños, es lo que nos ha traído hasta aquí y es lo que nos da fuerza para continuar. Sin la esperanza la práctica no existiría ¿cómo más podría existir sin ella la realización? No, la esperanza definitivamente no es solo una ilusión. Otra cosa es que así como hay una esperanza que surge de la unidad también haya una esperanza que nace del tiempo y la fragmentación. La esperanza que se presta para juzgar y para justificar la autoridad. Que se presenta como un momento mejor que este instante y que por ello provoca separación e engendra ilusión impidiéndonos ver la cosas como realmente son. Que nos impide ver lo que es obvio y natural. Por ejemplo como el hecho que evolucionar no per se tenga que ser un movimiento que nos lleve a convertirnos en algo que aún no llevamos en nuestro interior. Que evolucionar puede significar también reestablecer el balance entre lo material y lo espiritual. Una verdad que en si no constituye un enigma nuevo puesto que ha sido vivido y puesto en práctica por culturas ancestrales ya mucho antes e incluso a pesar de su colonialización. Culturas a las que frecuentemente por ceguera o por sentido de provecho les hemos llamado “primitivas”. Dos maneras diferentes de exponer nuestra ignorancia en cuanto a quienes somos de verdad. Conclusión que pone a prueba hasta los más arduos adeptos a la opinión que la lógica se contradice con la sabiduría de la intuición. Pues aunque se hayan desvelado ya mil y una enigmas nada ha cambiado el comportamiento de nuestra civilización. Seguimos comportándonos como si evolucionar significase ser un depredador más violento o astuto que los demás.

Y es que el enigma más grande que existe en la vida es la vida misma. Es la realidad en la que vivimos. Es nuestra imaginación. Aun así hay quienes dicen que explicar un enigma, significa privarle a otra persona la posibilidad de darse cuenta por si sola y con eso de evolucionar. ¿Pero cuantas verdades no han sido desveladas ya, cuantas revoluciones no se han llevado a cabo sin que nada haya cambiado de verdad? ¿Sin que se haya establecido sintonía entre el pensamiento y nuestra actitud? No, la esperanza no es una ilusión como tampoco es un crimen desvelar un enigma y menos aún uno que en realidad no lo es. Esto es lo que nos demuestra la esperanza que surge del despertar y nos guía a este mismo lugar del cual nacio. Una energía que nos conduce a través de nuestros temores enseñándonos que no existe ninguna sombra, ninguna oscuridad que sea para siempre. Es la voz que desde el interior nos está susurrando que así como existe la sombra hay también la luz y que si queremos ver la realidad sin fragmentación hemos de ir más allá de esta polaridad. Incluso más allá del dualismo que estigmatiza el pensar y que idealiza el no pensar. Y es que la profunda quietud, la unidad entre la realidad y la imaginación, es solo el punto de partida y nada más. Siendo así, podemos incluso afirmar que debe existir un constante compromiso entre nosotros y la esperanza. Debemos darle cuidado, debemos darle activamente protección, debemos seguir cultivándola como un precioso don.

Surge así la pregunta ¿cómo cultivar la esperanza que está más allá de la dualidad en la práctica del Zen? La respuesta más directa es tomando la postura de Zazen. Volviendo al aquí y ahora, volviendo una y otra vez al cuerpo, retornando constantemente con la atención a la respiración. Manteniendo la mente clara y ausente de cualquier obstrucción. Lo que para unos puede implicar seguir ejercitándose a no aferrarse a ninguna verdad mientras que para otros puede significar la práctica intensiva del “mantenerse en tranquilidad”. El significado literal de la palabra Ango que le da el nombre a una antigua tradición que viene del tiempo de Buda y que se llevaba a cabo durante la época del Monzón. Todos los años durante esta época lluviosa en la India el Buda solía refugiarse junto a la comunidad para dedicarse a un intenso entrenamiento de Zazen. Esta tradición fue transmitida junto con el Zen desde la India a China donde el maestro Dogen la encontraría y la introduciría más tarde también en Japón. Cuenta Dogen Zenji en su obra principal, el Shobogenzo, que un día antes de retirarse para sentarse durante el periodo del Ango el buda le indicó a Ananda: Si alguien viniese y te pidiese escuchar el Dharma, Ananda, deberías enseñar en mi lugar lo siguiente: “Todos los Dharmas ni nacen ni padecen”.
Estas palabras muchas veces han sido interpretadas como si la enseñanza sin palabras sea la más alta manera de impartir el Dharma. Una comprensión que el maestro Dogen no comparte explicando que las palabras que dirige el Buda hacia Ananda van mucho más allá que el silencio que surge del no hablar. Según Dogen, las palabras que le dirige Shakyamuni a Ananda deben ser interpretadas como el hecho que un cuerpo trascendido por el Dharma jamás para de enseñar el Dharma. En este sentido, respetando esta tradición y con motivo de la participación a la práctica de Ango, la actividad de este Blog será temporalmente interrumpida para ser retomada en septiembre. Hasta entonces, que todos experimenten la felicidad que otorga la claridad mental y se encuentren libres de sufrimiento y dolor. En gassho, Meiyo

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