VISIÓN


En días de lluvia,
¿Qué mejor que la choza?.
Frente al volcán.

¿Qué sentido tendría un barco si no existiese el mar? ¿Qué seria de la noche si no hubiesen estrellas? ¿Qué sucedería con la aventura si pudiésemos ver más allá del horizonte? Lo desconocido no estaría más allá de lo que la vista puede tocar. La aventura se convertiría en un deseo común y la noche, si no fuese por la luna sería tan oscura como el fondo del mar. Así mismo un barco requiere del mar. Sin el mar no podría navegar, no tendría razón de ser. De la misma manera depende el neoliberalismo de la utopia. Sin la utopia el neoliberalismo no puede existir. Se alimenta de sus sueños, le priva su visíon. Los exprime, se los toma, los respira, se los traga. Por profanos o por santos que sean, el libertinaje económico absorbe todos los sueños por igual. Se nutre de la igualdad, del amor, de la esperanza por un futuro mejor, de la paz, de la salud, de la justicia, de la compasión.

Ante este don que tiene el liberalismo de robar los sueños ¿cual es el antídoto si queremos preservar la esperanza y para no caer en la depresión de una prisión mental? Algunos dicen, inventando una utopia mejor. Una visión que sea capaz de sobrevivir. Otros aluden a la fuerza del grito de la injusticia que nace del interior. El que invoca suficiente rabia como para tomarse la libertad llegará con su sueño hasta el final. ¿Pero así no estaremos solo extendiendo las fronteras de la prisión? Hasta el más noble sueño de libertad, de esta manera, parece alimentar al neoliberalismo aun mas. No solo la presión externa que define el excito como la habilidad de competir mejor nutre esta idea de la libertad social. Lo hace también la autonomía. Sobretodo cuando es definida como un concepto individualista o nacional. Toda construcción sea cultural o social que se preste para dividir, no solo ignora el hecho que no existe un mejor o peor sino que al mismo tiempo profundiza la grieta de la dualidad también . ¿Significa todo esto que ya no se puede soñar? No. Por supuesto que no. Los sueños no nutren solo el neoliberalismo sino que sobretodo la realidad. La llenan de música y color precisamente cuando creemos que todo lo que existe es únicamente un ruido blanco, negro o gris. Solo quiere decir que no nos los dejemos robar. Significa que debemos ir mas allá de las imágenes e ideales que surgen del recreo que nos otorga el comercio y la competición. Mas allá del sufrimiento, más allá de la conclusión, es ahí donde nace la autenticidad. Dirijo mi atención hacia el interior, hacia la fuente, hacia el lugar donde nace toda concepto y observo que tanto el mas precioso ideal como el neoliberalismo nacen del yo. Yo soy la utopia. Yo soy el neoliberalismo. Yo soy la libertad. Yo soy mi visión. Sin contradicción todas estas caras son las diferentes facetas del yo. Tanto el yo como el neoliberalismo como lo utopía con su libertad nacen en el instante en el que el pensamiento se posa y llega a una conclusión. El imperio es el resultado del tiempo. De una experiencia hecha en un momento anterior. Así cuando cesa el tiempo, cesa la utopia pero cesa el neoliberalismo también.

No se trata de una maravilla sobrenatural. La maravilla es la realidad. No se trata tampoco de entrenarse hasta volverse un ser superior. El viaje es un viaje de regreso. Es el retorno a la condición normal. Desistiendo de lo que entendemos bajo libertad, renunciando a la utopía, soltando el yo, hasta el neoliberalismo pierde su ferocidad. Lo que queda es solo este instante en acción. Desde aquí, desde donde las conclusiones no contaminan el momento presente con su discriminación se percibe con absoluta claridad que la libertad sin igualdad es la prisión. El neoliberalismo no seria ni bueno ni malo si hubiese igualdad en la libertad. Si la libertad valiese para todos por igual y al mismo tiempo las diferencias que existen entre los miembros de la sociedad fuesen consideradas al definir la igualdad. Este es un fundamento seguro sobre el que los sueños pueden aprender a caminar. Pueden fluir libres de obstrucción. Pueden danzar. Aun así, todo quien se ha hecho familiar con la actividad mental, sabe que el neoliberalismo no sería tan eficaz si no existiese una similitud increíble entre el movimiento del pensamiento y la libertad como modelo social. La felicidad, la dicha, la gracia, son estimulantes tanto en lo social como cuando estamos solos frente a nosotros mismos. Lo mismo ocurre con todo aquello que es nos parece negativo. Lo uno lo codiciamos como a una recompensa lo otro lo aprendemos a rechazar. La economía neoliberal no sería tan eficaz si no llevase en si tanto el estimulo externo como también todo un proceso interno de auto justificación. La misma afirmación que encontramos en la práctica del Zen cuando la limitamos a solo a un aspecto de la verdad. Como cuando se dice que el Budismo se entiende solo o través de la conciencia o como cuando se afirma que practicar significa solo tomar la postura corporal. En la práctica del Zen, tanto la postura del cuerpo como la de la mente deben ir en todo instante más allá de la acomodamiento. De otra manera solo estaríamos reesforzando la auto convicción o con otras palabras solo estaríamos calentando un cojín.

¿Quien dice que hay que desistir de soñar? ¿Quien dice que hay que excluirse de la realidad para dar un paso más allá?
Lo conocido alberga en si los misterios mas profundos que se pueden descubrir. Tan distantes pero tan cercanos a la vez. La aventura, el fondo del mar, el más allá del horizonte, las estrellas, son este instante y este momento es la realidad. Un barco requiere del mar pero el mar tampoco sería el mismo si no hubiese barco que le pudiese navegar. Si, sin la utopia el liberalismo no sería capaz de subsistir, pero lo mismo vale desde el otro lado también. Los sueños se tragan el liberalismo, lo escupen y se lo vuelven a tragar. Lo mastican y lo vuelven a remasticar. Tanto hasta que se queda sin sabor. Hasta que se descompone y ya solo se presta como abono para una bella flor. Todo esto ocurre cuando la utopia es la realidad. A esto le llamamos el Dharma. A esto le llamamos la verdad.

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