UN AÑO DESPUÉS

Nos guste o no vivimos en un mundo impermanente. Un constante cambio que se expresa también en todo proceso social. Sea en la crisis económica o sea en la globalización. Procesos sociales que hacen que todo cambie a nuestro alrededor: sea la manera de comunicar, sea el comercio donde todo cambia mas rápido a causa de Internet, o sea en la práctica donde nos tenemos que armonizamos con todo a nuestro alrededor aunque no sepamos lo que traerá el día de mañana.

Frente a esta situación de cambio continuo como siempre tenemos varias opciones en cuanto a nuestra actitud: podemos utilizar las oportunidades que se nos dan; podemos reaccionar con miedo y rechazar, o podemos abstenernos de juzgar y actuar conforme la corriente de causa y condición. Como sea, no vamos a decir que una actitud sea mejor que la otra porque el miedo es una reacción muy humana, pero si nuestro camino es el del Boddhisattva, es importante verificar como actuamos en cuanto al temor. Esto simplemente por el hecho que el temor es fuente de sufrimiento, tanto para nosotros como para los demás. Pero al ser humanos y el miedo un instinto natural cuando existe la conciencia, nos podemos preguntar ¿será el miedo la causa del sufrimiento, o será nuestra actitud, nuestra reacción en cuanto a una situación que nos provoca temor, lo que hace sufrir?

Una pregunta que nos ponemos en este Blog, al observar que desde hace tiempo se nos llena el buzón de comentarios con mensajes basura (spam). Un hecho frente al cual tenemos la opción de parar de responder a comentarios, o reaccionar. Así, una vez más para todo quien lo necesite escuchar: no hay una religión, o una creencia mejor que la otra. Lo único importante es nuestra propia actitud. Razón por la cual habilitamos de nuevo la posibilidad a comentar.

En este sentido les dejamos aquí con un nuevo cuento, que esta basado en hechos reales y que cuenta sobre como la observación de la impermanencia nos puede ayudar a desarrollar sabiduría en cuanto al temor.

Un año después

El verano pasado lo pasé en un Ango en un templo en Japón. Fue un periodo de práctica intensiva y muy especial, dado que recién habían pasado tres meses desde la catástrofe en Fukushima y varias emociones y reacciones se podían observar en la sociedad tanto fuera como dentro de Japón. Entre otros se discutían las alternativas que existen para sustituir la energía atómica por fuentes de energía sustentable. Se hablaba también de los posibles alcances de la contaminación radioactiva así como sobre las victimas de la catástrofe y lo que sucedería con la gente que se quedaba en la región. Una incertidumbre a nivel mundial, que cuando llegue a Japón, de alguna manera se vio confirmada, dado que se notaba que la gente estaba aun muy afectada en cuanto a la tragedia. No solo que se lamentaran las perdidas de vidas humanas y material sino que futuro se mostraba mas incierto que nunca para todo el país. Pero fuera de la incertidumbre creía sentir que había algo más. Algo que tal vez no se sentía desde el exterior y que no encajaba muy bien con los sentimientos que solemos asociar al temor. Y es que fuera del dolor y la incertidumbre se sentía también solidaridad. Una especie de empatia colectiva y de sacrificio también por los demás que se encontraba en todas partes y que era imposible de ignorar. Era como si de manera silenciosa nos dijesen los muchos que no se rendían al temor, que a pesar de todo lo ocurrido había que continuar. Hecho que creaba una sensación que la crisis del país unía a su gente aun más. Una vez mas se confirmaba la teoría que toda situación alberga en si una posibilidad de crecer, pensé yo, y decidí averiguar algo mas sobre estas virtudes que le daban a la gente su fuerza para seguir.

Cuando me incorporé al Ango, varias veces al día se dedicaban los meritos de la práctica a las victimas de la catástrofe, pero por lo demás el periodo de practica intensiva estaba enfocado en el estudio intensivo de todos los aspectos de la tradición lo que deja claro que poca oportunidad me quedó para preguntarles a mis compañeros de práctica cuales eras sus sensaciones en cuanto a la catástrofe. Aun así, cuando supe que uno de nosotros, al que todos le llamábamos cariñosamente Takki, tenia toda su familia en Fukushima, no pude contenerme en buscarle conversación. Takki San, que cuando yo llegué, ya llevaba cuatro meses practicando en el templo, me contó que tanto su padre como su hermano eran monjes y que sucediese lo que sucediese, ellos se quedarían en Fukushima con su comunidad.

– Un hecho que a primera vista suena noble, pero que no tiene nada de especial porque en frente a la realidad no hay elección, dijo el. Si, pensé yo, esas son las enseñanzas básicas del budismo Zen; la actitud de no moverse frente a lo que en primer instancia se nos presenta como una adversidad viene de la profunda comprensión de lo que es la impermanencia. Luego, después de algunos instantes le respondí:

– Es verdad, la realidad no tiene nada de noble ni de puro, dije yo, solo vacío donde todo es inpermanente y a la vez esta relacionado con todo lo demás. Esa es la verdad absoluta, pero de donde viene la convicción de tu familia que ante tal situación de peligro y teniendo alternativas debe quedarse con la comunidad?” volví a insistir yo, arriesgándome a quedar mal.

– No lo sé, me dijo el, creo que simplemente porque a mis padres nunca se les pasaría por la mente abandonar la comunidad. Creo que mi padre no ve en ningún instante su existencia separada a la de los demás, siguió el.

– Si, le dije yo tal vez sea eso justamente: el ni pensarse un segundo separado del lugar de donde uno esta, pase lo que pase, lo que hace que nazca la confianza en nuestra práctica. Tal vez sea ese abandonarse con plena confianza a la corriente de causa y condición el lugar de donde nacen la sabiduría y la compasión.

Ahora, más de un año después de la tragedia de Fukushima, cuando la energía atómica ya no esta en discusión, la vida casi ha vuelto a la normalidad y los expertos se preguntan cual será la política energética mas conveniente para el Japón. Por una parte están los que dicen que hay que volver a ser competitivos, pero que hay que aumentar la seguridad y por otra parte aquellos que dicen “menos es más” y que aclaman que hay cambiar el enfoque en cuanto al abastecimiento energético y apostar por fuentes de energía renovables y sustentables. Debate que por supuesto todo el mundo sigue con mucha atencíon y que también a mi me afecta dado que el hecho que sea monje budista, no significa que no tenga opinión en cuanto a los procesos sociales, llevando a que me pregunte que posición debo tomar yo en cuanto a toda esta discusión. ¿Entrar en el debate y añadir que vivimos en un mundo interdependiente, donde toda acción tiene efecto en toda dirección?. Algunas veces cuando surgen pensamientos así me recuerdo de Takki y su familia y pienso: ¿que estará haciendo Takki ahora? Y me recuerdo, de cual es la manera más directa de ayudar: dirigiendo la atención al cuerpo y a la respiración y así volviendo a este instante y este lugar. Y no se trata de un estado de conciencia especial, sino que de volver una y otra vez a la realidad. Hay quien dice que al experimentar sunyata de verdad se alcance un estado de conciencia especial, donde queda abolido el miedo. Pero tal vez este no sea el punto esencial. Tal vez signifique experimentar sunayata solo experimentar la realidad así como es. Una realidad en la que con todos sus altos y bajos que implica la impermanencia, el miedo no es mas que un sentimiento que surge y que se va así como llegó. Una conclusión a la que llegue cuando un día le pregunté a uno de mis compañeros:

– ¿Que piensas que diría el abad de este templo que significa practicar la gran sabiduría? Y el me contestó:

– No lo sé, pero tal vez diría que practicar la gran sabiduría no significa solamente comprender que los cinco agregados son sunyata, si no que volver una y otra vez a esta comprensión y vivir de acuerdo a ella.

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