ESPONTANEIDAD

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En la luz hay oscuridad, pero no la veáis sólo como oscuridad; en la oscuridad hay luz pero no la veáis sólo como luz. Luz y oscuridad se oponen la una a la otra, como el pié de derecho e izquierdo al caminar – Sandokai

En el budismo Zen se dice que la más alta sabiduría es aquella que resiste incluso el eterno flujo de la corriente de causa y condición. La verdad que no cambia ni incluso ante el cambio continuo. Como la impermanencia misma o el hecho que nada existe separado de la unidad. Desde este punto más alto en la práctica del Zen, cuando introducimos el foco de nuestra atención hacia el interior una de las primeras cosas que reconocemos es que la dualidad va con nosotros humanos como la luz con la oscuridad.

Decimos luz y entendemos vida, alegría, el sol, lo bueno, el calor. Decimos oscuridad y casi espontáneamente lo que surge aparece como opuesto a lo anterior: muerte, tristeza, la luna, lo malo, el frío. Un proceso que se repite sin cesar y que tapa con su velo la más alta verdad.

De esta manera, más o menos conscientes de que lo que percibimos no es la realidad nuestros primeros pasos sobre la vía de la introspección nos dan a comprender que girar la atención hacia el interior en realidad es una necesidad. Seguimos interiorizando y comenzamos así a descubrir que absolutamente toda imagen y concepto que aparece en nuestra mente no es mas que el fruto de una experiencia hecha ayer. Que si les soltamos lo antiguo, nuevas verdades aparecen hasta que nuevamente dirigimos nuestra atención hacía el interior. De esta manera seguimos profundizando una y otra vez más hasta que este proceso de girar la atención desde el exterior hacia el interior comienza a desatar toda una tempestad en nuestro interior.

Tal vez porque son muchos los nudos a desatar o porque aun hay mucho que descubrir. Lo esencial es que comenzamos a comprender que siempre que observemos algo como externo a nosotros, veremos solo un fragmento de la realidad. Algo que de manera natural comienza a poner en duda el mundo de las palabras ya que estas solo pueden trasmitir su respectiva realidad parcial. Lo que a la vez demuestra que la dualidad que surge de la fragmentación de la realidad se basa justo en aquello que nos destaca dentro del mundo animal, el pensar. ¿Así, cómo podría todo esto no revolucionar nuestro interior?

Y más aun si llegamos a la conclusión que el pensar comienza a brotar en el mismo momento en el cual a través de nuestros sentidos percibimos nuestro entorno. Pues esto con otras palabras significa que la tormenta del sufrimiento esta ya anunciada antes de comenzar. Y más aun: somos nosotros mismos quien la desata. Vemos la luz y ya la pensamos opuesta a la oscuridad ¿a quien le sorprende así que el aleteo de un insecto aquí, pueda desatar al otro lado del mundo todo un huracán? Algo tan común dentro de la interminable corriente de causa y condición. Decimos que en la luz está la esperanza, el calor y el sol, asumimos que esta es la verdad y subsiguiente concluimos que la oscuridad está triste, que es muda y que no sabe hablar. ¿Cómo no podría una conclusión así no desencadenar toda nuestra indignación?

De esta manera comenzamos a descubrir que más que una necesidad, dirigir la atención hacia el interior es un acto de responsabilidad. Tanto frente a nosotros como a todo a nuestro alrededor. Y es que desde adentro todo se ve sin separación. Desde adentro se siente que es gracias a las nubes que hace un momento envolvían la luna desapareciéndola en la oscuridad, que ahora su pálida luz brilla aun con más intensidad. Desde lo interior se ve con claridad que sin la oscuridad no puede haber luz. Al igual como comprendemos que sin luz no seria posible percibir ni la oscuridad. Algo que se puede traducir a tantas otras facetas de nuestra vida más. Como la emoción o la espontaneidad. Pues la verdad es que muchas veces le tememos a la emoción. ¿Será porque en realidad tememos perder el control? ¿Pues, qué es sino temor es aquello que nos hace ver la emoción o la espontaneidad como fenómenos que se contradicen con la forma o la autoridad que impone la absoluta verdad? Y más allá ¿a quien le sorprende así que muchas veces mantengamos ideas confusas tanto sobre la forma como sobre la libertad?

Preguntas que una vez más nos invitan a introducir la atención al interior y observar desde más allá del pensar. Pues desde ahí claramente podemos observar que la verdadera espontaneidad, aquella expresión de libertad y de felicidad innata, no puede ser el resultado de la impotencia en cuanto a la insolación. Tampoco puede ser encontrada en el conformismo ante una situación que no se puede cambiar, así como tampoco germina en un entorno en el cual se nos intenta imponer un código de conducta desde el exterior. De esta manera lo único que encontraremos será la dualidad dentro de la dualidad si existe algo así, ya que nuevamente nos damos cuenta que pensar que la espontaneidad se contradice con la forma no significa otra cosa que fragmentar una vez más la realidad. Y es así como reconocemos que no es suficiente con detectar la manipulación. Que no basta con reconocer que todo lo exterior tiene su correspondencia también en nuestro interior. Hay que dar un paso más allá. Tan importante como experimentar el vacío es darle a las formas en nuestra práctica toda nuestra atención. Aunque todos seamos parte de la unidad, esto no significa que todos seamos iguales. Así que es justamente la forma lo que protege la diversidad. Descubrimos así que la igualdad más bien se refiere al respeto en cuanto a la unicidad. Al derecho de todo ser de vivir en paz y felicidad y a expresar su manera distinta de ser.

Es así como comenzamos a interiorizar el hecho que la forma es el vacío y el vacío la forma pero que aun así la forma es la forma y el vacío es el vacío. Una enseñanza que se convierte en nuestra realidad viva, cuando ante el mundo en el que vivimos viramos una y otra vez la atención del exterior hacia nuestro interior. Llegando a este punto nos preguntamos ¿No será entonces justamente este giro de la atención de lo exterior hacia nuestro interior, este desistir voluntariamente de fragmentar la realidad, una verdad tan alta como la impermanencia o el hecho que nada existe separado de la unidad? ¡Seguramente! Pues este acto tan simple y vital en nuestra práctica de zazen y al que volvemos una y otra vez, es justamente aquello que nos permite llegar a reconocer con claridad que nuestros sueños, nuestra ilusión, nuestros conceptos no son lo que impide que la luz de nuestra naturaleza original se manifieste. Estos más bien son necesarios para ir más allá de luz al ir más allá incluso de la distinción entre la luz y la oscuridad. Lo que verdaderamente nos impide ver la mas alta verdad, es el hecho de asumir que nuestros sueños y conceptos son la realidad. Una brecha que se cierra en el mismo instante que introducimos nuestra atención hacia el interior.

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