EL MUSGO


Seco el bosque,

Árboles y el musgo,

Caen, se alzan.

Cuando el musgo se ha elevado trepando alrededor de un árbol y el árbol se viene abajo, el musgo también se cae, no solo el árbol. Esto no es ningún misterio sino que más bien un saber que en el fondo siempre hemos llevado dentro.  Parecido al saber que nunca se debe dar algo por sentado. Igual a que ninguna idea por magnifica que creamos que sea pueda ser objeto de permanente refugio. ¿Es que como podríamos dar algo por sentado o encontrar jamás refugio al sufrimiento en una idea, si ningún símbolo, ningún concepto, ningún sentimiento ni ninguna emoción han sido jamás parte de un sistema fijo?. Si nunca han sido elementos de un sistema en si cerrado. Aun así, una y otra vez algo siempre a aparecido y nos hemos confiado, nos hemos acomodado. A pesar de la singularidad de todo lo que jamás haya existido. Una y otra vez buscamos acogida en nuestros logros, en lo que creemos haber comprendido, en lo que creemos ya tener dominado, identificándonos con tantos papeles, roles, identidades ficticias y estereotipos. Así lo confirman la historia de los procesos sociales, los conflictos armados como también el actual cambio del clima que afecta la naturaleza. Nos revelan que la seguridad de creerse en lo cierto puede ser no solo decepcionante sino que incluso traicionera. Algo que a lo mas tardar a través de la desilusión no solo nos da de recordar lo fugaces y transitorias que son las certezas y que con cierta urgencia nos aclama que hemos de encontrar nuevas formas que se adapten con más acierto a una realidad en la cual el cambio continuo es la única constante.

No, no es ningún secreto entonces decir que si el musgo intentase emular al árbol por bien intencionado que fuese su propósito no sería más que una ilusión sin remedio. Como tampoco revelo ningún misterio si digo que sin intentarlo tampoco llegaría a ningún sitio. De esta forma se revela el recomenzar como un nuevo punto de partida parte de un largo y arduo proceso y en el que frecuentemente por fin nos damos cuenta que con los puños cerrados por hábiles que creamos serlo, nunca apagaremos ningún fuego – lo que ya en si puede ser un gran paso. Así que paramos y nos cuestionamos nuevamente: ¿podemos o tiene algun sentido seguir de la misma forma como antes luchando contra nuestros supuestos enemigos? Y a partir de ahí quizás incluso: ¿qué podría ser o que forma podría traer un verdadero avance? Tal vez sea el momento de recordar que para responder a esta pregunta en un mundo en el cual todo lo que interpretamos como real pasa por nuestros sentidos expuestos a un constante condicionamiento no hay más que llegar hasta el fondo de nosotros mismos. Con otras palabras: la comprensión intelectual tiene sus limitaciones y a la practica real no hay alternativa. Una conclusión que apunta quizás a uno de los aportes más importantes que puede darle el budismo Zen a la sociedad de hoy en día. 

Cuando el musgo se ha elevado trepando alrededor de un árbol y el árbol se viene abajo, el musgo como el árbol también se viene abajo. Quizás al leer estas palabras pensemos que el musgo tenga menos valor que el árbol o que las palabras sean menos importantes que la practica corporal, pero nada estaría más lejano de la verdad. Y es que en un mundo donde los símbolos y el idioma no son parte de un sistema fijo o cerrado lo inferior y los superior solo reflejan una visión dividida pues por otra parte cuando las cosas se ven dentro de un contexto, sin un antes y después todo tiene su propio lugar y se ausentan las fronteras.  El árbol se viene abajo y como el, al mismo tiempo, sin un antes ni un después, también el musgo se viene abajo. Ahora, al leer esto frecuentemente los críticos del budismo Zen dicen que si todo tiene su propio lugar, si la discriminación se ausenta del todo, la vida acontece en un espacio en los cuales los fenómenos solo reaccionan unos frente a los otros. Pero si lo dicen en realidad solo evidencian que ignoran la inmediatez que caracteriza la coexistencia y que determina la relación entre el musgo y el árbol.

Ni el musgo aspira a convertirse en árbol, ni el árbol sueña con dominar al musgo. Aun así siempre hay algo que les guía. Es la inmediatez de esta coexistencia el punto en cual la paz todo lo invade y todo penetra. Donde el colonialismo se convierte en una pesadilla del pasado y donde se deslegitimiza a toda institución moral que ponga en duda el auto determino. Ahí donde la discriminación se ausenta se hace posible que toda acción esté en sintonía con todo lo que nos rodea y ocurre. Se que hay más de alguien que duda de estas palabras. Por eso le invito a que se dirija hacia el centro de si mismo. Pues sí, la verdad es que nadie puede salvarnos, a no ser que nosotros mismos. De nada sirve si vamos al bosque y no vemos que tanto el musgo como el arbol en realidad también somos nosotros mismos.

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